Budapest - Geza Borgulya, empresario en el sector de la construcción en Hungría, conoce bien a esos trabajadores "que cada mañana se meten a cuatro o cinco en un coche para ir a trabajar al otro lado de la frontera", en Austria.

"En Europa Occidental pueden cobrar por lo menos 70 euros al día (75 dólares). Aquí no podemos competir", asegura este propietario de una empresa de 12 empleados, al sur de Budapest, que tiene problemas para contratar a nuevos trabajadores.

En Rumanía, a unos 150 kilómetros de Bucarest, la directora del hospital de Curtea de Arges "no sabe qué más puede hacer" para atraer a los médicos que necesita su establecimiento.

"La primera pregunta que nos hacen tiene que ver con el sueldo", explica Ionela Danet. Y con 600 euros (644 dólares) para un debutante, 980 euros (1.052 dólares) para el médico mejor pagado de su hospital, resulta complicado impedir que los profesionales rumanos se dirijan hacia el extranjero.

El empresario húngaro y la directora de hospital rumana sólo son dos ejemplos de los miles de gestores que, desde Varsovia hasta Sofía pasando por Praga, no logran contratar a la mano de obra que necesitan, ya sean obreros o ingenieros, empleados de supermercados o informáticos.

Desde principios de los años 1990 y la caída del telón de acero, cerca de 20 millones de habitantes de los países del centro y el este de Europa han emigrado en busca de empleo, según un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Frenar el crecimiento

Desde 2008, cerca de 400.000 húngaros han abandonado su país, cuya población cayó bajo la cifra simbólica de los 10 millones de habitantes. Y en la vecina Rumanía emigraron casi tres millones de personas, el 15% de la población.

Le emigración aumentó tras el ingreso de esos países en la Unión Europea y a raíz de la crisis financiera de 2008, y no se detuvo a pesar de los buenos resultados económicos conseguidos por los Estados del exbloque comunista en los últimos años.

En los países donde se instalan, esos europeos del este suscitan a veces la animosidad de habitantes que los acusan de provocar una caída de los salarios, y su presencia alimenta los discursos antiinmigración de algunos políticos, como pudo comprobarse durante la campaña a favor del Brexit.

En los países que dejan atrás acentúan la escasez de mano de obra que, junto a una baja natalidad, "frena el potencial de crecimiento", según el FMI.

Los empresarios checos consideran, por ejemplo, que hay 160.000 puestos vacantes en su país. Y la próspera industria automovilística de Hungría no logra cubrir más de 50.000 vacantes, en su mayoría empleos de técnicos cualificados en mecánica y en electrónica de precisión.

Puestos vacantes

En la bolsa de empleo en línea Tjobs, hay miles de ofertas de trabajo en Europa Occidental para los rumanos, la mitad de ellas procedentes de empresas británicas, según una de sus responsables.

Los sueldos ofrecidos en el sector de la construcción en el extranjero van desde 1.700 a 3.200 euros (entre 1.825 y 3.435 dólares), mientras que el salario medio ronda los 470 euros (504 dólares) en Rumanía.

Algunas empresas aumentan los salarios para retener a la mano de obra, pero eso podría desestabilizar el modelo económico por falta de productividad, alertan los economistas, que abogan por una formación de los jóvenes más adaptada a las necesidades de las empresas.

Porque, a pesar de la gran cantidad de vacantes, esos países no gozan de pleno empleo, ya que a veces los candidatos no tienen las cualificaciones requeridas para ocupar determinados puestos.

Ante esa situación, Polonia recurrió a la inmigración para compensar la marcha de 2,4 millones de habitantes hacia el extranjero. Una solución que Hungría, dirigida por el soberanista Viktor Orban, rechaza por el momento.

Cerca de un millón de ucranianos trabajan en Polonia. Sin ellos "la economía polaca estaría en aprietos, sobre todo con los empleos menos cualificados", asegura Maciej Witucki, presidente de la empresa de trabajo temporal Work Service.

Por Geza Molnar y Anca Teodorescu

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