Conetta (Italia) - Protestan y se indignan contra "los vertederos humanos", los enormes centros de alojamiento temporales para inmigrantes que Italia ha instalado en el noreste de la península.

"Esto es un campo de concentración moderno", protesta el alcalde de Cona, Alberto Panfilio, indicando la antigua base militar del caserío de Conetta, cerca de Padua, que acoge a unos 1.400 refugiados e inmigrantes, la mayoría africanos.

"Sí, protesto contra un lugar en el que han sido hacinadas vidas humanas, sin un proyecto, sin expectativas", dice el regidor. "No se puede, en un mundo moderno, tratar a las personas como se trata a los desechos. Se transportan y, como nadie los quiere, los devolvemos o los almacenamos", se lamenta el aguerrido alcalde bajo el sol asfixiante que azota la llanura padana, el granero de Italia, donde la humedad llega al 90%.

Perdido entre extensos cultivos de soja y maíz, protegido por altos muros con alambre de púas, el centro, creado hace dos años, transmite la desolación y soledad que sienten sus huéspedes, todos hombres, la mayoría negros.

Kaba Aisata Mohamed, de Guinea Conakry, Diabate Yaru Venant y Musa Bamba, de Costa de Marfil, quienes no superan los 35 años y tienen historias terribles a sus espaldas, gozan como todos de la libertad para salir y entrar.

Vestidos con ropas impecables y hasta a la moda, no temen hablar ante AFP-TV de la vida que llevan dentro del centro, de cuyo interior pudimos ver fotos y sobre todo vídeos tomados con un móvil, en los que se ve un enorme galpón dividido con mantas para obtener pequeñas habitaciones y así lograr algo de intimidad, filas para entrar en baños, charcos de agua.

"No somos nada sin papeles"

"Sé que me costarán caro estas declaraciones", reconoce Bamba, de casi dos metros de altura y físico atlético. "Yo pido una sola cosa, formación, que nos enseñen algún oficio mientras esperamos aquí: albañil, electricista, mecánico... Para poder integrarnos si nos quedamos o, de lo contrario, regresar con la idea de que hemos aprendido algo", dice Bamba, quien trabajaba en el sector del comercio en su país.

Las duras condiciones de vida en el centro, al que la policía impide la entrada a la prensa, han generado desde hace meses varias protestas de los migrantes y refugiados, que esperan hasta dos años para obtener el estatuto de asilado político o la orden de repatriación.

Sin hacer casi nada o muy poco durante las largas jornadas, los cursos de italiano y las salidas en bicicleta para pedalear entre extensas llanuras son una de las pocas diversiones.

"Las condiciones aquí son precarias. Nosotros queremos integrarnos, vivir con ustedes. Necesitamos conocer la cultura italiana y viceversa. Pedimos integración y papeles, porque, sin papeles, no somos nada", explica Aisata Mohamed, periodista de radio en su país.

Pese a que el Gobierno de centro-izquierda liderado por Paolo Gentiloni ha prometido cambiar el sistema de acogida en gigantescos centros y distribuirlos por toda la península, según el principio de casi tres migrantes por cada 1.000 habitantes, no dejan de llegar africanos y subsaharianos a esas estructuras ya sobrecargadas.

Un pueblo fantasma

A unos diez kilómetros de Cunetta, en Bagnoli di Sopra, otros 700 migrantes son alojados en otra antigua base militar. "Aquí se siente mucha tensión. Son tantos que es imposible crear lazos y la desconfianza es mutua", explicó por teléfono el alcalde Bagnoli di Sopra, Roberto Milán, quien administra una localidad de 3.500 habitantes.

A mediodía, el calor implacable del verano italiano obliga a los comerciantes a cerrar sus puertas, la localidad se convierte en un pueblo fantasma.

"Pasan en bicicleta, grupos de cuatro o cinco personas. Saludan. No suscitan problema. Están allá, hacinados, creo", comenta Pietro Grapeggia, restaurador de obras de antiguas, de 75 años, desde su apacible residencia en medio de un pequeño bosque. "El problema es que no sabemos cómo va a terminar esta historia. No es justo. Se necesita una política diferente. Éste es un problema europeo e Italia está penalizada", dice.

"Siguen llegando y llegando. Son buenos muchachos, llenos de energía (...) Cuando el Gobierno no saque más dinero para mantenerlos, ¿qué hará toda esa juventud?", se interroga, como muchos en Italia, país que ha recibido desde 2014 a cerca de 600.000 emigrantes y refugiados que huyen del hambre y las guerras.

Por Kelly Velásquez

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