La temperatura de estas tierras, congeladas desde hace decenas de miles de años, ha aumentado más rápido que en el promedio del resto del planeta. En 2100, puede que el 90% de ellas haya desaparecido.
Además, al derretirse libera gran cantidad de gases de efecto invernadero: se estima que el permafrost contiene 1.700 billones de toneladas de carbono, dos veces más que la atmósfera.
Mientras más se calienta el permafrost, mayor es la cantidad de carbono y metano que sale al aire.
Mientras más se calienta el suelo, más vegetación crece y colabora con la aceleración de su deshielo.
Su desaparición también podría afectar la estabilidad de los cimientos de las casas de los inuits canadienses, de los oleoductos y de la infraestructura industrial de la región, concebidos para un suelo permanentemente congelado.